BIBLIA Y OVNIS : DE LA NOVENA PARTE AL FINAL

Biblia y ovnis. Novena entrega ¿Cómo se formó la Biblia?

 

Dentro de la serie “la Biblia y los ovnis”, retomamos e hilo de la segunda parte de esta exposición que trata de “¿Cómo se compone la Biblia?”, que me parece muy importante para explicar cómo no me parece posible una interpretación de ciertos pasajes del Antiguo Testamento que algunos han aclarado como la transcripción dentro de la Biblia de noticias muy antiguas sobre la existencia de ovnis.

Decíamos que con los datos actuales de la investigación (que incluye el estudio de los Manuscritos bíblicos hallados entre los Textos del Mar Muerto) sabemos que, aparte del Pentateuco, en la época del monto posterior al exilio de Babilonia, hacia el siglo V a. C., se editaron los libros de los Jueces y Josué, los hechos de Samuel junto con los de los reinados de David y Salomón ―libros 1 y 2 de Samuel―, las historias de los reyes del norte y sur de Israel ―1 y 2 Reyes―, más algunos salmos tradicionales que se atribuyeron a David, y probablemente también el Libro de los Proverbios y el de Job.

 

Y afirmaba que este es el origen próximo de la Biblia hebrea actual, muy cercana, por tanto, a los tiempos de la Grecia clásica: época de Pisístrato y a unos cien años y pico de la vida de Sócrates.

 

Entonces debió de empezar también la difusión de copias de estos libros o de sus secciones más importantes entre las gentes o grupos más ricos ―probablemente en esa época aún no había sinagogas―. Aunque no tenemos noticia directa alguna, ni documento específico que hable de estas tareas de edición, por el análisis de las copias de estos textos ―repito: Ley, profetas, historias de los reyes y otros escritos 26 como los Salmos― halladas entre los manuscritos de Qumrán sabemos dos cosas:

 

Primera: que de los libros importantes de lo que luego sería la Biblia canónica había diversas formas o recensiones de sus textos, sobre todo del Pentateuco. Digo con esto que el texto base no era fijo. Las principales eran, por orden de antigüedad:

 

1) la versión griega de los LXX, o Septuaginta, traducida de un texto hebreo de finales del siglo IV o principios del III a. C.;

 

2) un texto hebreo depurado y mejorado, distinto por tanto del anterior, base que había sido de los LXX y que se transformará más tarde en el texto hebreo canónico, y

 

3) el Pentateuco de los samaritanos.

 

Además, de cada una de estas versiones se hicieron dos o tres ediciones en las que se iba mejorando la calidad del texto, purgándolo de errores. Todo esto quiere decir que, incluso en el siglo II a. C., el texto de los libros de la Biblia era fluido, no fijo, a pesar de que las historias o relatos tuvieran un origen lejanísimo. Importaba más el contenido que la letra exacta.

 

Segunda: que el pueblo aceptó muy pronto la tradición de que esos libros eran sagrados, sobre todo la Ley, por venir de Dios mismo a través de Moisés, y los profetas por inspiración directa―la fórmula era: «Y vino la palabra de Yahvé sobre…»―.

 

Así que en poco tiempo, en unos dos siglos, se estableció la creencia de que la Ley y los profetas eran palabra de Dios. Esto lo sabemos por las noticias de 1 y 2 Macabeos [1, 25-27; 2,14-15] del rescate de libros sagrados, por parte de Judas Macabeo, que quiso destruir el rey griego Antíoco IV Epífanes en su intento por desjudaizar Israel e integrarlo en la cultura helénica ―hacia el 168 a. C.―.

 

Igualmente es posible que algunos salmos fueran también sacralizados. No estamos hablando todavía de ninguna lista expresa y oficial de libros sagrados, sino de la consideración de libros santos que enseguida tuvieron entre las gentes estos escritos veinte y pico de escritos. Otros libros, históricos o sapienciales, alcanzarían esta consideración más tarde.

 

En síntesis: la construcción misma de la Biblia hasta el siglo V antes de Cristo, e incluso más tarde, es una construcción intelectual y artificial continuada desde la época del rey Josías (siglo VII a. C.) para fortalecer hacia atrás y hacia delante la identidad del pueblo de Israel (como se deseaba que había sido Israel y cómo se deseaba que fuera Israel en el futuro.

 

Por lo tanto, si la Biblia hebrea es una construcción mental más que histórica, determinada por unas circunstancias especiales, tenemos que tener mucho cuidado con la idea de ver en ella la mano o el reflejo de extraterrestres y de sus ovnis.

 

Saludos cordiales de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com

 

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Ovnis y la Biblia». Décima entrega.

 

«Ovnis y la Biblia». Décima entrega.

Sigo con la segunda parte de una antigua conferencia puesta luego por escrito que explica cómo se formó la Biblia, lo que excluye la intervención de extraterrestres. La conferencia está publicada en el libro: «En directo desde el siglo I», Editorial Lacónica, Madrid, 2018 pp. 11-50 con el título «Extraterrestres en vuelo rasante sobre el Néguev, o cómo se escribió el Antiguo Testamento».

A los textos de la Biblia anteriores al rey Josías ―repito porque es importante: estamos en el siglo VII a. C.―, que son la mayoría, no se les debe ofrecer casi ninguna credibilidad histórica: son casi todo leyendas.

Con lo cual, la base del constructor de historias de ovnis vuelve a desmoronarse, no solo por la irracionalidad de las deducciones, sino también por la historia misma de la composición de la Biblia.

Y ahora mantengo de una manera clara que lo que yo he escrito hasta aquí sobre la composición de la Biblia hebrea no es un puro invento ni una deducción de la filología, es decir, de «Los israelitas antiguos de la época de Josías inventaron textos para construir la identidad de Israel!».

No. Tampoco es así lo que dice toda la ciencia de la historia antigua. ¿Por qué? Porque w menudo, la última palabra en historia antigua no son los textos, sino la arqueología con el montón de datos que aporta.

Pero atención: no la arqueología desnuda, sino la arqueología cuando se encuentra, además, con unos textos que le dan sentido. Imagínense ustedes, si no existiera absolutamente la Biblia, por mucho que excavemos en Israel no encontraríamos más que piedras, restos de palacios, construcciones de templos o de murallas, pero no construiríamos nunca la historia de Israel.

O sea, que la historia antigua se hace con textos, sí, pero la confirmación de esos textos la da la arqueología.

Pues bien, de los puntos cardinales de la constitución de la Biblia, que son los primeros libros―el Pentateuco, donde está la ley de Moisés, que es la vida misma del judío, entonces, ahora y en el futuro―, de esos puntos voy a escoger unos cuantos que son básicos:
· el Éxodo, con la figura de Moisés;
· la conquista de Canaán, con Josué y los jueces:
· las figuras señeras de David y de Salomón, cuyos recuerdos sustentan el estado de Israel todavía hoy.

De todas estas imágenes y figuras se puede afirmar que son absolutamente dudosas desde el punto de vista histórico. Fíjense. En castellano tienen ustedes un libro que se llama La Biblia desenterrada, escrito por Israel Finkelstein y Niles Silberman.

Lo que yo voy a decir a continuación no es más que un resumen de lo que sostienen esos dos autores ―dos judíos relativamente piadosos, uno arqueólogo y otro historiador― a propósito de su propia historia. Y dicen cosas tremendamente importantes.

Comenzamos por el Éxodo, que supone la siguiente historia: un asentamiento de hebreos, muy grande, en Egipto, esclavizado por las autoridades. Pero, guiados por Dios a través de Moisés, el pueblo hebreo huye desde las zonas del Delta. Sin embargo, no toma el camino directo hacia Israel sino que se retira hacia el sur, al mar Rojo, y atraviesa el desierto del Sinaí.

El itinerario está cuidadosamente señalado por la Biblia, aunque no dice cuándo. ¿En qué momento ocurre? La Biblia no indica el nombre de faraón alguno, pero al señalar que los hebreos trabajaban en la edificación de Pitom y Rameses, ciudades-almacén de la corona, está apuntando a la construcción de Pi-Ramsés, es decir la época de Ramsés II (s. XIII, 1279-1212 a. C.), época en la cual Egipto se hallaba en un momento esplendoroso de poder y autoridad.

Tras la salida de Egipto, según la Biblia, los israelitas vagaron cuarenta años por el Sinaí antes de pasar a Transjordania y de ahí a la tierra prometida.

Pues bien, después de numerosos intentos de prospecciones arqueológicas por toda la península, sobre todo alrededor del monte Sinaí y en las ciudades, bien identificadas, de Qadésh Barnea y Esión Guéber, no se ha encontrado ni un solo fragmento ni restos de campamentos de nómadas ―el número de los hebreos huidos, según la Biblia, era de seiscientos mil hombres sin contar mujeres y niños: un millón y medio de personas―, correspondientes a los siglos XIII y XII. Ningún resto. El desierto del Sinaí estuvo deshabitado en esa época. Por allí no pasó ninguna masa seria de gente.

Y esto puede afirmarse con total seguridad, porque la arqueología tiene técnicas muy avanzadas capaces de encontrar la menor huella de restos de pastores nómadas, cazadores o recolectores a base de prospecciones.

El resultado de la tenaz investigación arqueológica es que «los lugares mencionados en el relato del Éxodo son reales», pero todos esos lugares «se hallaban despoblados precisamente en los momentos en los que se cuenta que tuvieron un papel relevante en el paso de los hijos de Israel por el desierto».

¿Qué significa esto? Que el éxodo, tal como lo cuenta la Biblia, no existió nunca. En otras palabras, el éxodo es probablemente un invento de los israelitas, pero basado en hechos normales que ocurrieron siglos más tarde. A saber: una gran población semita, con hambrunas, como son los israelitas, que viven en un país seco y árido, tiene que ir a Egipto de vez en cuando, donde hay abundancia de comestibles. Y cuando son muchos los que llegan ―lo mismo que pasa ahora en otros lugares―, los egipcios los empujan hacia fuera y tienen que salir de allí… Es decir, vuelven a Israel.

O sea, que el Éxodo tiene una base real, pero no ocurrió en el siglo XIII a. C. A juzgar por la información de una fortificación que se ha encontrado en el estrato del siglo VII a. C. en Qadésh Barnea y por otra documentación que nos dice, ya griega, que había muchos griegos en el siglo VII a. C. en el Delta, y que había también muchos semitas cananeos, es decir, gente que no era egipcia, se ha llegado a la conclusión ―manifiestan Finkelstein y Silberman― de que probablemente lo que refleja el Éxodo es la situación nada menos que del siglo VII a. C. Es decir, del año 622, de la época de Josías.

Por tanto, la arqueología confirma lo que antes los filólogos habían pensado a propósito de la reconstrucción de leyendas para afianzar la identidad de un pueblo perseguido y acosado desde oriente y occidente.

Es increíblemente curioso, pero probablemente el Éxodo es un semiinvento tomando como base hechos que ocurrieron en la época del rey Josías. Naturalmente, si falla la veracidad de todo el aparato del Éxodo, se cuestiona también la historicidad de su figura principal: Moisés.

Y esto lo veremos en la próxima entrega

Saludos,

Antonio Piñero

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LOS OVNIS Y LA BIBLIA UNDÉCIMA PARTE

Entrega 11 del tema “Ovnis y la Biblia. Segunda parte: “La  formación de la Biblia hebrea”

Sigo con el tema la figura de Moisés y la formación de la Biblia hebrea

Hoy día el sentir medio de la investigación se debate entre admitir algún que otro rasgo de historia en la epopeya de Moisés ―por ejemplo que fue él quien introdujo la veneración a Yahvé como dios nacional― o declarar que esta figura es el resultado más bien de un extraordinario montaje literario, que quizás pudo tener alguna base histórica, pero no del siglo XII a. C., como lo presenta la Biblia, sino del siglo VII a. C., época de Josías, cuando se «descubre» la base de lo que luego será el Deuteronomio.

Si se analiza la Biblia, la figura de Moisés no aparece en ninguna parte, salvo en los cinco primeros libros. Moisés es un desconocido totalmente, salvo en las leyendas que constituyen la base de esos cinco primeros libros, junto con las normas legales que se habían ido reuniendo en la época antes dicha. Así que Moisés es una figura al menos misteriosa y muy dudosa históricamente.

Ya el nacimiento de Moisés y sus primeras vicisitudes, como el rescate de las aguas del río, están montadas literariamente sobre la leyenda del nacimiento del rey asirio Sargón II (722-705). Sobre la vida posterior de Moisés se dividen también los estudiosos: unos creen que representa la copia de la figura de un gran visir egipcio, anterior al siglo XIII, que había sustentado la candidatura a faraona de una reina madre, cuyo hijo, el faraón, había muerto de niño; un visir que fracasó en su empeño y hubo de huir con sus gentes de Egipto.

Pero otros, investigadores, alemanes fundamentalmente, piensan que el mito de Moisés está montado sobre vagos recuerdos históricos de la acción reformadora religiosa del faraón Akhenatón, en la que se solapan tres elementos fundamentales: reforma religiosa; grandes plagas o enfermedades que cayeron sobre el pueblo egipcio, y la salida de poblaciones orientales, semitas, que huyeron del país del Nilo.

Ese esquema se trasladó desde la memoria del pueblo egipcio hasta la memoria del pueblo judío, y de este modo construyó la figura del líder Moisés a partir de la del faraón Akhenatón. Es decir, que Moisés estaría montado sobre ese esquema conservado en la memoria: reforma religiosa, grandes plagas o enfermedades, y un pueblo semita que interviene en la vida egipcia. Por eso preguntaba yo antes lo de Akhenatón…

En realidad, pues, no sabemos, ni sabremos, qué hay de verdad en la historia de Moisés. Lo que sí sabemos es que estudiando la reunión, elaboración y montaje final de leyendas, sagas y epopeyas de héroes con nebulosos y vagos recuerdos históricos se puede aprender mucho, no de la historia, sino de la autocomprensión y autoconsciencia del pueblo de Israel y de sus relaciones con los pueblos vecinos. Una autocomprensión que debía fundarse sólidamente, siendo como era un pueblo pequeño en un país pobre, pero apetecido por las grandes potencias.

Vayamos ahora a la famosa conquista de Canaán, que presenta aún mayores problemas históricos. ¿Cómo un pueblo pobre y mal armado, el israelita, que vagaba por un desierto, pudo conquistar un país, Canaán, que según lo que se cuenta tenía grandes fortalezas en el siglo XIII y que además estaba totalmente controlado por los egipcios, en concreto, el paso desde el desierto del Sinaí al territorio del Néguev donde comienza Israel?

Según la Biblia, la conquista fue fulgurante de la mano de Josué, el sucesor de Moisés. Si el lector recuerda algo de sus lecturas de los libros de Josué y de los Jueces, sabrán que ciertamente ese miserable resto de un pueblo andrajoso y cansado llegó hasta la primera ciudad de Canaán, tremendamente fortificada, que era Jericó, y empezó a dar unas cuantas vueltas a las murallas y a entonar himnos y proferir gritos especiales a Yahvé. Y luego, haciendo sonar las trompetas, las murallas cayeron, se derrumbaron por completo.

Después, si se lee el Libro del Éxodo, las ciudades de Laquis, Hai, Hazor y otras más, que eran tremendas fortalezas, cayeron bajo el ímpetu de estos pobretones. Es decir, exactamente la misma historia que cuando Gedeón, con trescientas personas, derrotó a un ejército de treinta mil. Con la ayuda del brazo de Yahvé, su pueblo elegido venció a esas ciudades. Pues bien, ¿qué podemos decir aquí?

Tenemos que pedir ayuda a la arqueología para poder saber algo de a verdad que esconde la Biblia o bien si hay exageraciones propias de la primera y nacionalista redacción de estos acontecimientos que habían transcurrido 400 o casi 500 años antes

Seguiremos

Saludos cordiales,

Antonio Piñero

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Duodécima entrega

Estimados amigos:

La Arqueología deja sin argumentos a los que afirman que la Biblia tiene relatos de ovnis, o bien de la presencia de extraterrestres.

Vayamos de nuevo a la arqueología. ¿Había en la época de la conquista ciudades fortificadas en Canaán para que Josué pudiera conquistarlas?

 

La conquista hubo de tener lugar inmediatamente después del siglo XIII, es decir en torno al 1200, más o menos, calculado según los datos bíblicos.

 

Se excava todo Israel, y ¿qué es lo que se encuentra, respecto a esa época y lugar? Ni una sola ciudad fortificada. Ni una. No hay tal conquista. ¿Qué es lo que hay? Un Canaán del norte ―es decir, la parte del norte del Israel actual―, que parece haber sufrido un colapso en cuanto a su cultura, y que deja tras su ruina una tierra desierta.

 

La mejor hipótesis es suponer que, entonces, unos pastores del sur, también cananeos, fueron avanzando pacíficamente hacia el norte, tomando posesión de esas tierras semivacías; y que otros pastores venidos de Transjordania hicieron lo mismo. Todos eran muy pobres y se hallaban en un momento de condiciones climáticas nada buenas.

 

Los restos que se encuentran hacen suponer que los habitantes del norte de Canaán (actual Israel y Fenicia más parte de la Siria actual) construyeron asentamientos humanos de aproximadamente media hectárea con, digamos, cincuenta a cien personas, con sus pequeños campitos y sus chozas.

 

Los arqueólogos han calculado, contando todos los asentamientos que se han excavado desde el 1200 hasta el 1000, que el número de gente que debió de «invadir»―entre comillas― Canaán en ese tiempo, no fueron los seiscientos mil que dicen que salieron de Egipto (Éxodo 12,37), sino aproximadamente no más de cuarenta y cinco mil personas.

 

La arqueología no ofrece pruebas ni señales de invasión violenta, murallas abatidas, incendios o grandes destrozos de núcleos urbanos. Lo único que se puede concluir es que hubo una invasión pacífica de un Canaán bastante despoblado y decaído por parte de una población también semita, muchos de ellos cananeos, pero de otras regiones, que en total llegaría al número de personas que he dicho.

 

A pesar del odio contra los cananeos que respiran los relatos bíblicos de la conquista, los primeros habitantes de lo que más tarde se llamó Israel eran también cananeos, o bien hapiru, hebreos, cuya estirpe, lengua y costumbres son casi iguales a las cananeas. Es decir, una tribu cananea. Quizás de ahí el odio, como ocurre entre ciudades vecinas. En otras palabras: la conquista de Canaán no tuvo lugar. Se derrumba así, también, todo el mito de la conquista. La conclusión general acerca de la realidad de la conquista por parte de Finkelstein y Silberman merece citarse:

 

El proceso descrito en nuestro libro es, en realidad, el contrario del que encontramos en la Biblia: la aparición del primitivo Israel, los hebreos, fue el resultado del colapso natural de la cultura cananea, no su causa. La mayoría de los israelitas no llegó de fuera de Canaán, sino de su interior. No hubo, pues, una conquista violenta de Canaán. La mayoría de las personas que formaron el primer Israel eran gentes del lugar, las mismas que se ven en las tierras altas a lo largo de las Edades del Bronce (3500-1150) y de la primera Edad del Hierro (1550-900). En su origen los primeros israelitas fueron también ―ironía de las ironías― ¡cananeos!

 

Tengan en cuenta que el mito de los patriarcas, el éxodo y la conquista son las grandes promesas que constituyen el pueblo de Israel, que es una promesa triple: Dios le daría a Abrahán ―capítulos 12 al 17 del Génesis; 12, 15 y 17 fundamentalmente― tres cosas: descendencia abundante, una tierra que mana leche y miel y el poder del futuro Israel, su progenie, sobre todas las naciones. Ni el éxodo fue así, ni probablemente Abrahán existió como se cuenta, ni probablemente la gran conquista.

 

Y se acabó. Lo que escribí anteriormente queda validado. Desde el siglo VII hacia atrás todo lo que cuenta la Biblia es “cómo les habría gustado a los israelitas que hubiese sido la historia de Israel”… Lo UE les habría gustado. Cierto. Pero eso no es lo que fue, según la arqueología. Y los datos están proporcionados por arqueólogos judíos. Hay poco que hablar.

 

Ya estamos terminado.

 

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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ENTREGA 14

“Extra terrestres, ovnis y la composición de la Biblia” (XIV). 10 julio 2023

El glorioso reinado de David y de Salomón

 

Sigo con los datos proporcionados por arqueólogos judíos. Hay poco que comentar; solo exponer os resultados y ustedes sacar la consecuencia de tales datos:

 

Vayamos a la teóricamente época súper gloriosa de Israel, la de David y Salomón.

 

Respecto a los reinados de David y Salomón, tan emblemáticos, sobre todo el primero de los dos, los resultados de la arqueología no pueden ser más decepcionantes, teniendo sobre todo en cuenta el mito del Gran Israel, que se formó durante el reinado de David, mito que es el sustento del estado del Israel moderno.

 

Y si David fundamenta hasta hoy día el estado de Israel, Salomón y su herencia literaria es igualmente la base de la sabiduría y de la gloria del Israel antiguo. Es muy difícil excavar en Jerusalén, porque es una ciudad con muchos estratos y está habitada hoy día, pero los arqueólogos israelitas lo han hecho con mucha astucia y han logrado excavar en todas partes, de tal manera que se ha llegado hasta los estratos del siglo X a. C., que es la época de David y de Salomón —s. X y comienzos del IX—.

 

¿Qué se ha encontrado? ¿Cómo sería la ciudad de Jerusalén en el s. X? Pues todo apunta a que la ciudad era una villa pequeñísima que no tenía más de 1500 habitantes. Es decir, que el gran David, ¡el gran rey David!, cuyo reino se extendía según la Biblia desde Idumea hasta cerca de Fenicia ―el Gran Israel―, monarca y administrador de un imperio… no era más que un reyezuelo de un país pequeño y pobre. Probablemente era más el jefe de una cuadrilla de mercenarios que un monarca. Ni rastro de ese Gran Israel.

 

Y el segundo mazazo es Salomón, cuya riqueza era proverbial, cuyo ejército en infantes y caballeros era imponente, constructor de un esplendoroso templo a Yahvé, y cuya corte fastuosa había atraído la admiración de la reina de Saba. Las excavaciones nos dicen que había un par de edificios un poquito grandes en el Jerusalén de sus años. Uno que debía de ser el Templo, por sus características, y otro que se supone que era el palacio real. Pues bien, si leen ustedes la Biblia, en el palacio real de Salomón había unos establos inmensos donde cabían de dos a tres mil carros de combate, y aproximadamente seis, o siete, o diez mil caballos para servir a esos miles de carros. El establo presunto de ese palacio real, ¿saben qué cabida tenía? Pues probablemente para diez o doce caballos, no más.

 

Así se explica que el Gobierno de Israel haya tenido la intención ―me consta positivamente, pero no sé si la idea se ha llevado a cabo― de destruir, de machacar todos los estratos del siglo X y alrededores, para no arrebatar la esperanza al pueblo de Israel de ser como el gran David, de echar a los palestinos y construir el Gran Israel ahora, desde el 36 desierto del Néguev hasta el Líbano, que era el territorio de David.

 

Por tanto, la conclusión en conjunto de la segunda parte de esta comunicación no puede ser más desoladora para la veracidad histórica de los primeros libros de la Biblia y los relatos de sus reyes más importantes, y los que siguieron hasta el siglo VII a. C.:

 

  • Las historias de la creación y el diluvio están tomadas de sumerios y acadios, y son míticas;

 

  • Igualmente mítico es el paraíso y el pecado de Adán;

 

  • Míticos son los relatos de la expansión de los pueblos y de la división de las lenguas en la torre de Babel;

 

  • Las leyendas sobre Abrahán y sus descendientes, muy antiguas ciertamente, se reúnen en el s. X, 700 u 800 años después de que existiera el personaje, y reciben su primera y contundente forma en el s. VII a. C., en el reinado del rey Josías.

 

  • Las epopeyas del éxodo, de Moisés, de la conquista de Canaán y la exageración asombrosa sobre los reinados de David y Salomón nos llevan a pensar que la Biblia comienza a montarse como libro mítico-legendario-histórico-jurídico y profético en el siglo VII a. C. y que no cesa de sufrir elaboraciones hasta bastante después del exilio de Babilonia.

 

Como el centro del comienzo de la producción de la Biblia es el siglo VII a. C., reinado de Josías, y desde allí se escribe hacia atrás y hacia delante ―el último libro de la Biblia hebrea, repito, es el Libro de Daniel, que se compuso en la época de los Macabeos hacia el 160 a. C.― debemos concluir de nuevo lo que ya indiqué: que desde ese siglo VII a. C. hacia atrás casi todo es fantasía: se dibuja un Israel tal como se deseaba que hubiera sido en el pasado para fundamentar el presente, y desde el siglo VII hasta el II a. C. se dibuja un Israel tal como se deseaba que fuera en el futuro, Mesías incluido.

 

La Biblia acaba convirtiéndose en un anhelo mesiánico de triunfo futuro que fundamenta esa victoria final de Israel en el cumplimiento de las promesas de Dios a Abrahán hechas casi al principio de los tiempos.

 

Me pregunto y os pregunto: ¿Qué espacio queda aquí para la acción de ovnis y extraterrestres en la composición de la Biblia hebrea o Antiguo Testamento?

 

Falta poco para concluir

 

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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Querido amigo Matías

Ahí va mi entrega de hoy lunes.

Inmenso jaleíllo de agosto….

Pero aguanto.

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Extraterrestres en vuelo rasante por el Néguev, o cómo se escribió

El antiguo Testamento

 

 

Este es el título general de un texto, no cortito, que le he ido exponiendo a ustedes durante semanas.

 

Quiero manifestar que yo no niego la existencia de ovnis. No estoy loco, Claro que existen los ovnis, puesto que su definición no dice más que lo siguiente: son “objetos volantes no identificados”. Lo único que afirmo es: me parece, técnicamente, totalmente implausible y llena de contradicciones la hipótesis de que los ovnis tengan que ver en concreto con la producción literaria de la Biblia.

 

Y específicamente: Me parece totalmente implausible y lo he escrito aquí, en este foro, que un ovni guiara a los tres Reyes Magos a la cueva donde reposaba Jesús niño, recién nacido, historia contada por el Evangelio de Mateo en 2,1-10.

 

Y mis razones, repito son claras.

 

El conductor del ovni tenía que conocer la teología cristiana del autor del segundo capítulo de Mateo sobre el mesías Jesús que solo se produciría unos 80 años más tarde. Es más: como creo haber ya explicado, ese capítulo 2 de Mateo, no corresponde al origina del evangelio del mismo nombre, sino que fue añadido a inicios del siglo II por alguien que notó que faltaba algo, el nacimiento, en la biografía de Jesús, la historia de su nacimiento maravilloso. Por tanto estamos en el 110 aproximadamente. El conductor del ovni era, pues profeta!!!

 

Lo siento: como historiador no me parece una hipótesis aceptable.

 

Y la segunda razón: toda la historia narrada en “Mateo” (o quien fuere, no lo sabemos) es totalmente legendaria, fantasiosa, inverosímil: ¿para qué vamos a buscar explicaciones racionales, la existencia en concreto de un ovni,  para explicar algo que es legendario, un invento teológico?

 

A mi parece innecesario ¡!!

 

Y escribí ya: “¿Con qué fin práctico dirige alguien extraterrestre interesado en Jesús, un ovni que se comporta erráticamente? Su imprecisión obligó a los “reyes”  (invento posterior, quizás del siglo III o IV; en realidad son “magos”, es decir, sacerdotes de la religión persa) a pararse a preguntar, atrayendo así la atención ―y con ella el peligro político― sobre el recién nacido, al que denomina rey de Israel?

 

Más aún: ¿cómo sacaron estos reyes magos extranjeros una conclusión tan particular de la mera visión de una estrella-ovni? ¿Se comunicaron telemáticamente con ellos en el siglo I)

 

Obviamente, aquí hay mucho más de lo que a simple vista pudiera parecer la, entre comillas, «sencilla» intervención de una nave extraterrestre…

 

Es síntesis: no niego la existencia de ovnis. Pero para la formación de la Biblia postular su intervención me parece técnicamente imposible

 

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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Este es el título general de un texto, no cortito, que le he ido exponiendo a ustedes durante semanas.

 

Quiero manifestar que yo no niego la existencia de ovnis. No estoy loco, Claro que existen los ovnis, puesto que su definición no dice más que lo siguiente: son “objetos volantes no identificados”. Lo único que afirmo es: me parece, técnicamente, totalmente implausible y llena de contradicciones la hipótesis de que los ovnis tengan que ver en concreto con la producción literaria de la Biblia.

 

Y específicamente: Me parece totalmente implausible y lo he escrito aquí, en este foro, que un ovni guiara a los tres Reyes Magos a la cueva donde reposaba Jesús niño, recién nacido, historia contada por el Evangelio de Mateo en 2,1-10.

 

Y mis razones, repito son claras.

 

El conductor del ovni tenía que conocer la teología cristiana del autor del segundo capítulo de Mateo sobre el mesías Jesús que solo se produciría unos 80 años más tarde. Es más: como creo haber ya explicado, ese capítulo 2 de Mateo, no corresponde al origina del evangelio del mismo nombre, sino que fue añadido a inicios del siglo II por alguien que notó que faltaba algo, el nacimiento, en la biografía de Jesús, la historia de su nacimiento maravilloso. Por tanto estamos en el 110 aproximadamente. El conductor del ovni era, pues profeta!!!

 

Lo siento: como historiador no me parece una hipótesis aceptable.

 

Y la segunda razón: toda la historia narrada en “Mateo” (o quien fuere, no lo sabemos) es totalmente legendaria, fantasiosa, inverosímil: ¿para qué vamos a buscar explicaciones racionales, la existencia en concreto de un ovni,  para explicar algo que es legendario, un invento teológico?

 

A mi parece innecesario ¡!!

 

Y escribí ya: “¿Con qué fin práctico dirige alguien extraterrestre interesado en Jesús, un ovni que se comporta erráticamente? Su imprecisión obligó a los “reyes”  (invento posterior, quizás del siglo III o IV; en realidad son “magos”, es decir, sacerdotes de la religión persa) a pararse a preguntar, atrayendo así la atención ―y con ella el peligro político― sobre el recién nacido, al que denomina rey de Israel?

 

Más aún: ¿cómo sacaron estos reyes magos extranjeros una conclusión tan particular de la mera visión de una estrella-ovni? ¿Se comunicaron telemáticamente con ellos en el siglo I)

 

Obviamente, aquí hay mucho más de lo que a simple vista pudiera parecer la, entre comillas, «sencilla» intervención de una nave extraterrestre…

 

Es síntesis: no niego la existencia de ovnis. Pero para la formación de la Biblia postular su intervención me parece técnicamente imposible

 

Saludos cordiales de Antonio Piñero

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Hola Matías:

Espero que esté usted bien. Yo lo estoy. Sin quejas!!

Ahí va mi contribución XVI al mundo de los ovnis y la composición del Antiguo Testamento y del Nuevo en parte.

Añado la imagen del mundo asirio-babilónico para insertar en esta contribucion.

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4/ 9 / 2023

Me falta muy poco para concluir esta larga exposición sobre ovnis y la composición de la Biblia, en concreto la parte más primitiva el Antiguo Testamento.

Concluía mi contribución anterior sobre este tema aceptando que –por mi parte– no puedo negar la existencia de ovnis. No estoy loco, Claro que existen los ovnis, puesto que su definición no dice más que lo siguiente: son “Objetos volantes (aún) no identificados”. Lo único que afirmo es: Me parece, técnicamente, totalmente implausible y llena de contradicciones la hipótesis de que los ovnis tengan que ver en concreto con la producción literaria de la Biblia.

Y añado: respecto a los fenómenos religiosos, incluido el éxtasis, etc., en cuestiones de religión nadie se imagina aquello que no pertenece a su propia cultura. Es decir, es imposible que la Virgen de Fátima se aparezca a unas pastorcitas de China. De ninguna manera. Quiero decir con ello que es imposible que los autores antiguos estuvieran describiendo fenómenos extraños como ovnis, sencillamente porque nada de eso cabía en ese mundo controlado desde arriba por Dios.

Y en segundo lugar, si hemos dicho que los relatos en los que algunos modernos ven descripciones de ovnis y extraterrestres son todos míticos y legendarios… ¿cómo puedo tomarlos como base para sostener que los antiguos estaban describiendo cosas reales, y que en realidad eran ovnis, pero que ellos los interpretaban de otra manera, erróneamente? Me parece imposible.

La explicación del mundo de la religión y su creencia en dioses y otros seres sobrenaturales la expresó ya críticamente un poeta-filósofo Jenófanes de Colofón, (hacia 570- 468 a.C.), en el contexto de una acerba crítica del politeísmo, en su poema Sobre la naturaleza, conservado fragmentariamente por Clemente de Alejandría en sus Stromata V 109,2-3; VII 22,1:

Pero los mortales se imaginan que los dioses han nacido y que tienen vestido, voz y figura humana como ellos. Los etíopes dicen que sus dioses son chatos y negros; y los tracios, que tienen los ojos azules y el pelo rubio. Si los bueyes, los caballos y los leones tuvieran manos y fueran capaces de pintar como los humanos, los caballos dibujarían las imágenes de sus dioses semejantes a las de los caballos, y los bueyes semejantes a las de los bueyes, y harían sus cuerpos tal como cada uno tiene el suyo (G. S. Kirk – J. E. Raven, Los filósofos presocráticos. Gredos, Madrid 1969, 241).

Quiso con ello decir Jenófanes que “son los hombres los que crean a los dioses y no los dioses a los hombres”. En consecuencia, el pensamiento de Pablo estuvo naturalmente condicionado por las concepciones y la cosmovisión de su tiempo, en concreto por unas ideas de Dios y del mundo veterotestamentarias que a su vez reflejaban en líneas generales la concepción del universo de los asirios y babilonios; estos eran deudores por su parte de una cosmovisión más antigua aún, la acadia, plasmada ya hacia el 2500 a.C.

Un mundo plano, ya redondo o cuadrado, con cuatro puntos cardinales, rodeado por agua, con dos grandes columnas, montañas, que sustentan un cielo compuesto de tres partes. Estas partes se conciben como la mitad de una naranja dividida en dos partes:

 

(Insertar aquí la imagen del mundo asirio-babilónico del Diccionario de Bo Reicke: archivo adjunto)

En la tercera parte, la superior, está la divinidad suprema rodeada de su corte de divinidades secundarias que obedecen sus órdenes.

 

Y en la parte inferior, también con agua (las “aguas inferiores”) otras tres divisiones hacia abajo. Y en una de las partes se halla la divinidad de los infiernos (parte inferior à infierno) que se hace cargo de lo que queda de los seres humanos una vez muertos.

 

Ahora bien, nosotros, ciudadanos del siglo XXI, no podemos dar credibilidad a esta historia de ovnis en la Biblia sencillamente porque no podemos dar credibilidad a relatos, míticos, interpretados a partir de una concepción del mundo de hace unos 4500 años.

 

Y, segundo, porque consecuentemente estas historias de ovnis NO cabían en la mentalidad de los antiguos. Insisto en que los autores de la Biblia tenían exactamente esta idea del mundo. Sólo que los hebreos ampliaron a siete las capas superiores de la media naranja celeste. Y en la séptima capa superior está Yahvé junto con su corte ángeles (dioses secundarios degradados a espíritus servidores). Al alejar a Dios de la superficie de la tierra, exaltaban y magnificaban su figura.

 

¿Hay en esta concepción del mundo algún espacio para concebir la existencia de otros extraterrestres (los antiguos creían que los planetas eran rocas desiertas; y el resto de estrellas fijas, sí un bloque fijo, era un conjunto de bolas de fuego que se movía al unísono)?

 

No hay lugar alguno para estos seres. Por tanto, en la mentalidad de los que compusieron la Biblia no había sitio para tales personajes y para ovnis. Jamás, pues, pensaron que los autores bíblicos estaban describiendo a esos fenómenos actuando en la tierra.

 

Saludos cordiales de Antonio Piñero

www.antoniopinero.com

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1 comentario en «BIBLIA Y OVNIS : DE LA NOVENA PARTE AL FINAL»

  1. Queridos amigos de Basketcantera: retomo mis tareas. No estoy de vacaciones, ni lo estaré, sino agobiadísimo de trabajo. Me cayeron encima las segundas pruebas de imprenta de la “Novela de Clemente” o “Literatura Pseudo Clementina”. Son dos volúmenes de unas 900 pp. cada uno, con texto griego, latino, siríaco (en traducción literal o en la versión griega). He tenido que dividirla porque era imposible un volumen de esas páginas.

    Ahí va mi contribución de hoy:

    Podríamos hacer aquí un análisis del modo o manera como se compone el Nuevo Testamento, pero no es esta la ocasión. Baste la reducción al absurdo del par de textos del Nuevo Testamento que comentado anteriormente.

    Por último, y este es el colofón, si ustedes estudian cuál era la cosmovisión, el mundo que había en el ámbito semítico desde la época acádica-asiria-babilónica y que recoge la Biblia ―tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento―, caerán en la cuenta de que los antiguos que escribieron la Biblia pensaban, o se imaginaban, un mundo pequeñísimo.

    En los tiempos del Antiguo y del Nuevo Testamento se pensaba que la tierra era una superficie más o menos plana, que se concebía normalmente redonda, no cuadrada, pero que tenía sus cuatro puntos cardinales. Esa tierra plana estaba rodeada de algunas montañas, de las que había dos, enormes, que sostenían el cielo. La tierra plana flotaba en el río Océano, que la rodeaba.

    Saben ustedes que eso era lo que pensaba el propio Alejando Magno en su gran expedición contra Persia, que llegaría hasta la India: «Llego a la India ―dijo él―, la conquisto; luego monto allí un astillero, construyo unas naves y vuelvo navegando hasta Grecia por el río Océano, dando la vuelta».

    Pues bien, debajo de las aguas contenidas por las montañas y sobre las que está flotando la tierra seca, hay otras aguas, primordiales, y tres esferas superpuestas, hacia abajo, que son el reino de los muertos. Para los griegos, que tenían una cosmovisión igual respecto a este reino de los muertos, reinaba allí el dios Hades, hermano de Zeus; para los judíos, aquella parte inferior de la tierra era más pequeña y peor, porque no era nada más que la mera estancia de los ya fallecidos, que circulaban como espirales de humo.

    Para un acadio y un babilonio, encima de la tierra había algo así como tres mitades de naranja, o como tres cúpulas superpuestas, tres firmamentos. Los hebreos aumentan cuatro cúpulas más, hasta el séptimo cielo, y situaban la morada de Dios en ese séptimo cielo.

    En el tercer cielo estaba el paraíso. El primer y segundo cielos estaban habitados por ángeles que eran los que controlaban la tierra; sobre todo los del primer cielo, el más cercano a la tierra, donde eran llamados «vigilantes» precisamente porque estaban, como en una plaza de toros, en la barrera, mirando a los hombres. Por eso vieron desde arriba a las hijas de los hombres, y las consideraron tan guapas que decidieron apoderarse de ellas, como comentábamos al hablar del capítulo 6 del Génesis. Pablo nos dice que llegó en un éxtasis hasta el tercer cielo [2 Corintios 12,2]. Y Henoc, un profeta judío, el séptimo varón después de Adán, fue elevado hasta el trono de Dios que estaba, como dijimos, en el séptimo cielo.

    Por muy alejado que estuviera el trono de Dios allá arriba, el universo así concebido era pequeñísimo. Solo constaba de un único planeta habitado que es la Tierra, en el centro del universo, y que tiene unos pocos planetas deshabitados alrededor. Por encima de ella cuelgan unas estrellas fijas, que son unos astros pequeñitos… de fuego, que van girando todos a la vez. Los semitas creían que el cielo de las estrellas fijas eran pequeñas luminarias que estaban gobernadas por ángeles. Pues bien, lo que quiero decir: en ese espacio tan pequeño, con un Dios creador arriba, en un universo que es absolutamente mínimo, donde Dios mira hacia abajo y ve a la criatura que él ha creado… es decir, en un universo absolutamente mínimo, mínimo, mínimo y pequeño. En ese universo no cabía, de ninguna manera, ningún extraterrestre.

    Saludos cordiales de Antonio Piñero

    Universidad Complutense de Madrid

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