PREGUNTA 300)¿Puede ser el Dios de Jesus el que se esconde en las tinieblas?

PREGUNTA 300)

Estimado profesor Piñero:

El dios de las tinieblas del Antiguo testamento :

Amos 5:18. Ay de los que desean el día de Jehová!

¿Para qué queréis este día de Jehová?

Será de tinieblas y no de luz.

Exodo 20:21

Moisés se acercó a la oscuridad en la cual estaba Dios

1 Reyes 8:12

Jehová ha dicho que habitaría en la oscuridad

Lucas 11:34 y Mateo 6:23

cuando tu ojo es maligno, también tu cuerpo está en tinieblas.

Mateo 25:30

Y al siervo inútil echadlo en las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes

Juan 3:19

Y ésta es la condenación: la luz vino al mundo, pero los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas

Juan 8:12

el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.

Juan 12:35

el que anda en tinieblas no sabe a dónde va.

¿Puede ser el Dios de Jesus el que se esconde en las tinieblas?

Un cordial saludo.

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RESPUESTA:

Del mismo modo que para los judíos del siglo I no había dificultad alguna en creer que este dios al que le gusta la oscuridad es Yahvé / Elohim el Dios de Israel, igualmente para Jesús, un judío cabal y auténtico del siglo I , no había dificultad alguna en admitirlo.

Copio aquí e final de una conferencia mía sobre la religión de Jesús de Nazaret, en la que al final trato brevemente sobre el Dios de Jesús.

No sé si el preguntante quedará satisfecho o no… Pero ahí va:

El Dios de Jesús

 

Para llegar a saber qué pensaba Jesús de Dios examinaremos brevemente los siguientes aspectos: 1. Cómo designaba Jesús a Dios. 2. Cuáles son las líneas generales de su dibujo de la figura de Dios 3. Dios como padre y 4. El Dios desconcertante.

  1. Salvo en un aspecto que comentaremos a continuación (el caso del empleo de Abbá, para designar al Padre) Jesús designa a Dios sin salirse de las costumbres usuales de su tiempo: lo llama «Poder», el «Gran Rey», «Altí­simo», «Cielo», etc. Al igual que otros personajes de su época, también Jesús utiliza la perífrasis para nombrar a Dios, denominándole «el que creó el cielo y la tierra», «el que habita en el Templo», el que se sienta en el trono», etc.
  2. De acuerdo con Oseas 11,9, «Yo soy Dios y no un hombre; dentro de ti yo soy santo», la predicación de Jesús destaca la profunda alteridad de Dios. Dios es otra cosa totalmente distinta del mundo y del hombre. La diferencia entre «mi padre que está en los cielos» y la «carne y la sangre» es clara en los evange­lios. «Dios tiene un poder especial, conocimientos especiales y una bondad especial. Pero todo esto es vulgar dentro del judaís­mo. La imagen de Dios más peculiar, la que se impone en la enseñanza de Jesús puede percibirse indirectamente a través de las actitudes que Jesús exige del hombre ante Dios. Estas son, principalmente dos: la fe y la exigencia de una oración continua.

La primera, la fe, no es para Jesús simplemente creer que Dios existe –eso se da por supuesto–, sino en contar absoluta­mente con él, poner radicalmente en él toda la confianza. Creer es fiarse de Dios y tener confianza en el obrar divino, en el pasado, en el presente y en el futuro. En el pasado porque Dios obró la salvación de Israel; en el presente porque en Jesús, como lugarteniente de Dios, se están realizando los preludios de la llegada del reino de Dios: Satán comienza a ser derrotado; en el futuro, porque el Altísimo establecerá su reino sin fin. Los dos polos del actuar divino son par Jesús el polo de la salvación y el polo del juicio. En conjunto, para Jesús la fe tiene como ob­jeto a un Dios fiel y seguro, que es el mismo del Antiguo Testamento (según la ense­ñan­za que debe deducirse de la difusión con los saduceos a propó­sito de la realidad de la resurrección de los muertos de Mc 12). Es una fe que sabe que al morir desemboca en las manos de un Dios fiel. Dios no abandona lo que ha escogido. Dios mismo es el bien esperado.

Este Dios en quien debe tenerse fe es un Dios desconcer­tan­te, que acoge y ama a los pecadores y que insta al amor de los enemigos. Jesús fundamenta este amor, característico de su predicación, en el hecho de que el hombre debe ser perfecto porque el Padre celestial es perfecto y hace salir el sol tanto sobre los buenos como sobre los malos. Es el conocido tema de la imitación de Dios.

Esta postura supone una actitud de oración continua, sin palabras, privada y secreta. Es una oración de alabanza, pero también de petición silenciosa: Dios sabe lo que necesitan sus hijos, sin decírselo.

  1. Pero el rasgo que caracteriza con más fuerza al Dios de Jesús es su aspecto de padre. Es verdad que la invocación y la consideración de Dios como padre no era en absoluto extraña en el AT y en el judaísmo intertestamentario. Tenemos textos que lo prueban sin lugar a dudas. Ello es cierto, pero Jesús insistió en este aspecto de la paternidad de Dios de un modo especialí­simo. De entre los textos evangélicos que pueden considerarse como procedentes con casi absoluta seguridad del Jesús histórico hay como mínimo diez pasajes que nos muestran a Jesús invocando a Dios como padre, tanto en una perspectiva universalista, es decir padre de todos los hombres, como desde una perspectiva más privada: es decir, la paternidad de Dios manifestada sobre todo para con los que creen y siguen a Jesús, para con sus discípulos que están dispuestos a recibir el reino de Dios y ponen los medios para estar preparados.

Pero es el empleo del vocablo ara­meo Abbá para invocar a Dios el que pone una nota especial en la pintura de Dios por parte de Jesús. Este vocablo no significa «papaíto», como se ha pretendido, ni tiene una connotación puramente infantil, como si Jesús se pusiera siempre en tesitura de niño cuando pensaba en Dios padre. Abba, según las más recientes investigaciones, significa tanto «el padre», como «padre mío» (en vocativo) o «mi padre». Lo curioso es que no encontramos hasta bien entrado el s. II ejemplos claros de este uso en los textos judíos antiguos. La originalidad más impresio­nante de Jesús residiría en el hecho de que sólo él, en el marco del judaísmo antiguo, se dirige a Dios llamándole cariñosamente abbá. Sin embargo, hay que matizar esta afirmación. Teniendo en cuenta que la expresión «Padre nuestro que estás en los cielos» era corriente en el judaísmo del s. I, lo único que llama la atención en Jesús es no el hecho de la invocación de Dios como padre, sino su familiaridad y confianza para con él.

Según Vermes, nada tiene de sorprendente que la concepción de Dios como padre celestial, típica de la predicación de Jesús, encaje en el desarrollo del pensamiento judío justo donde se espera que debe encajar. «Trazando un esquema panorámico desde la Biblia a los rabinos, la idea del Padre divino se desplaza en el nivel colectivo desde el creador/engendrador del pueblo judío dentro de la humanidad hacia el protector amoroso y afectuoso de cada miembro individual de la familia. La transformación se inicia con los escritos deuterocanónicos del Antiguo Testamento, y sigue con la literatura intertestamentaria, donde el Padre-Creador-Señor son aún intercambiables. En la época de los sabios tanaítas, en el s. II de nuestra era, el padre celestial es sobre todo el Dios providencial, olvidándose un tanto del Dios rey-juez soberano. La imagen paternal de Dios es muy familiar en el medio en el que se desarrollan los piadosos carismáticos de esa época.

“Al intentar situar la doctrina de Jesús en la historia del judaísmo es difícil no darse cuenta de lo mucho más próximo que está Jesús de los antiguos piadosos, e incluso de los rabinos de la época de la Misná, que de la ideología de la comunidad de Qumrán. En toda la literatura de los manuscritos del Mar Muerto no hay prácticamente ningún ejemplo de uso directo de la idea de padre divino y sólo uno, de padre amoroso. Ninguno de los himnos de Qumrán, a pesar de ser la mayoría oraciones individuales, se dirige al Padre, sino como al Señor. Una característica negativa de la representación de Dios en Jesús de Nazaret consiste en que –a pesar de su continua predicación del Reino de Dios– se percibe en sus palabras la casi total ausencia de una figura regia y de la humillación del ser humano ante la figura del Señor divino. Por el contrario, la piedad predicada y practicada por Jesús, como la de los hasidim posteriores, se caracteriza por una expectación y una confianza sencillas respecto a Dios. En vez de pensar en la tremenda majestad de un juez divino como continua­ción del advenimiento del día del Señor, Jesús y sus seguidores en la fundación del Reino piden más bien inspiración, ayuda y fuerza de voluntad al Abbá celestial (…) Lo que da frescura  a la imagen de Dios que tiene Jesús es el convencimiento de que el creador eterno, remoto, dominador y terrible es también y primordialmente, un Dios cercano y abordable.» (La Religión de Jesús, pp. 214-215).

Saludos cordiales,

Antonio Piñero

Véase Wikipedia

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